A él le parecía que Gertrudis se había convertido con los años en una especie de mueble, que había dejado de ser una persona viviente.
Miró a Gertrudis en busca de ayuda, pero ésta seguía callada, replegada en sí misma como uno de esos moluscos de nombres raros que ofrecían en el Mercado Central las vendedoras de pescado.